Jo Monray - La mentira

Valoración:

Crítica realizada por Nieves Hidalgo

Me voy a atrever a hacer una reseña de esta novela porque creo que merece la pena, agradeciendo de paso a un amigo escritor, Joaquín Simón Martínez, autor de 1957 y 1958, que se haya desprendido de ella para regalármela.

Hace años, el mercado estaba inundado de novelas pequeñitas, de las llamadas novelas de bolsillo, mucho más pequeñas que las de bolsillo de ahora. De esas que medían unos 15 centímetros de largo por 10 de ancho y solamente tenían (la mayoría) 125 páginas. De las que casi cabían en el monedero.

Sí, hablo de la época en que en los kioscos se encontraban novelas de Marcial Lafuente Estefanía, Keith Luger, Carlos de Santander, Lou Carrigan, Corín Tellado, Marisa Villardefrancos (de la que tengo varias reseñas en mi blog) o incluso de Silver Kane. Este último es ni más ni menos que el autor Fernández Lesdesma, un escritor que ha conseguido varios premios con la novela negra y que es el que ha dado vida a Méndez, un policía de la Barcelona de la postguerra, un personaje carismático, inteligente, ácido y encantador. Sus novelas, que recomiendo, son un verdadero lujo.

No he sido capaz de encontrar nada relacionado con la autora de La Mentira, Jo Monray, pero su novela, que lógicamente me he leído en un abrir y cerrar de ojos, me ha parecido estupenda.

¿Por qué? Os preguntaréis.

Pues porque me ha resultado casi inverosímil que en ciento veinticinco páginas tan pequeñitas se pueda condensar una historia tan completa.

Más de una puede pensar que poco se puede describir en tan pocas líneas. Nueve capítulos que parecen de juguete. Pues nada más lejos de la realidad.

La Mentira nos cuenta la historia de Frank, casado con Deborah –hija de un adinerado industrial de Boston. Se han casado por amor, pero él va a la guerra que libró Estados Unidos con los japoneses. Y regresa, aunque más de uno espera que muera lejos de su patria. Vuelve como un héroe de guerra del que han hablado los diarios. Lo tiene todo: una mujer preciosa que lo ama apasionadamente, un trabajo estupendo en el que gana bastante dinero, y fama de hombre valiente. Sin embargo, en medio de una fiesta en la que empiezan a agasajarle, él tira todo por la borda. Se enfrenta a su suegro y a todas sus amistades diciéndoles que él no es un héroe, que el verdadero héroe fue un soldado de su compañía que dio la vida por la suya y que, para más datos, era un negro.

En la sociedad del Boston de esa época, la argumentación de Frank es poco menos que ponerse una pistola en la cabeza y disparar. Los americanos no estaban dispuestos a escuchar de uno de los suyos que las guerras son simplemente una basura, que los soldados van a ella después de escuchar de cuatro políticos corruptos palabras altisonantes de patriotismo y de cuatro magnates a los que interesa ganar dinero con la contienda, frases de ánimo. Mucho menos, ser acusados de que los negros sí podían ir a luchar pero que eran incapaces de reconocerles el mérito. Y ya no os cuento si escuchan que los negros eran buenos para defender la patria mientras que los hijos de los magnates se quedaban en casa, a salvo, para gastar el dinero que se ganaba con la conflagración.

Pues todo esto es lo que lanza Frank en la celebración y en poco menos de una página y media.

Por descontado, el protagonista se convierte en un paria entre los suyos. Pero Deborath quiere recuperar el amor de su marido que ha vuelto del frente convertido en un extraño. Incluso ha pedido dormir en habitaciones separadas. Cuanto más trata de acercarse a él, más lejano se muestra Frank. Le pide que rectifique, que pida perdón, pero él se niega en redondo. Hasta que una tarde hablan y él la acusa de haber perdido al hijo que ambos esperaban después de una noche de juerga en la que –según él- le ha sido infiel con uno de sus amigos, Alan, mientras estaba en la guerra.

Deborah calla porque, de hablar, pondría en peligro a Alan, y no le cuenta lo que pasó realmente esa noche. Sin embargo, dado que ya están en el momento de las confidencias, Frank declara que tiene un hijo con otra mujer, aunque no le conoce por expreso deseo de la madre. De poco sirve confesar que la noche en que estuvo con la otra no era él mismo, que estaba desolado por una cruenta batalla donde murieron muchos de sus hombres, que la desesperación se apoderó de él.

A pesar de todo, Deborah le sigue amando. Tanto, que cuando su padre la pone en la disyuntiva de volver a la casa paterna con todas las comodidades o quedarse a vivir con su esposo y morirse de hambre, porque él en persona se va a encargar de que nadie le de trabajo, elige quedarse con Frank. En ese momento, nuestro héroe se revela y le dice a su suegro todo lo que piensa de él, amenazándole con irse a trabajar a la empresa de Sam Franklin, un negro que ha conseguido prosperar.

Los personajes secundarios están estupendamente descritos y merecen ser mencionados.

El padre de Deborah, un hombre rudo al que solamente le importa su empresa y su dinero, pero que al final, cuando un ataque le lleva a la muerte, habla con su hija y le pide que convenza a su marido para volver a la compañía, que es el único que puede dirigirla cuando él falte y que es el único hombre que ha tenido el valor de tirarle a la cara cuatro verdades. En el fondo admira a su yerno.

El hermano de la protagonista, incapaz de llevar la compañía sin la ayuda de Frank, y que lo reconoce.

Alan, que ha estado relacionándose con una mujer de vida alegre a la que encuentra asesinada en su apartamento; por eso escapa, se encuentra con Deborah y ella le sirve de coartada hasta que la policía detiene al asesino. Nervioso como va, tienen un accidente en el que Deborah pierde al bebé que espera. Ese es el secreto que ella no quiere contarle a Frank cuando la acusa de infidelidad. Alan hace todo lo posible para que ella se divorcie de Frank pero luego, viendo que realmente lo ama, decide hablar con él y contarle toda la verdad.

Bárbara, una pintora de éxito, enamorada desde siempre de Frank. Ella también renuncia al amor de su vida al comprender que el protagonista ama solamente a su esposa e interviene en un asunto de suma importancia que arreglará la convivencia de ambos.

Scarlett, una mujer con sangre japonesa que es quien ha tenido el hijo con Frank. Nunca le ha dejado verle por miedo a que él pidiera la custodia del niño. Su relación con Frank es de una sola noche y aunque se enamoró de él, no quiere lastimarlo. Además, ha conocido a otro hombre y piensa casarse. Su mayor deseo es que Frank pueda vivir sin ataduras junto a su esposa y le escribe una carta diciéndole que el hijo no es suyo.

Cuando esa carta les es entregada por Bárbara, la única persona que sabe la verdad completa sobre Scarlett, Deborah Frank ya han decidido que pase lo que pase seguirán juntos porque se aman.

Como podéis ver, son unos personajes de carácter, con una vida interior plagada de problemas y dudas. Seres que se enamoran, que se entregan, que luchan contra sus propios miedos y demonios y que al final se sacrifican.

No quiero ni pensar la novela que hubiera podido salir con este argumento y estos personajes si el libro hubiera ocupado 300 páginas. Porque si en tan corto espacio la autora ha sido capaz de hacernos ver todo lo que os cuento, en trescientas podríamos haber disfrutado de una historia mucho más hermosa.

Esta pequeña joya es un canto a la igualdad de razas y creencias, a la independencia y al amor entre seres humanos, amén de una crítica directa a la estupidez de la guerra.

Así que, por todo lo dicho, quiero brindar por esas antiguas escritoras de "novelitas rosa" como se decía peyorativamente. Ellas hicieron soñar a nuestras madres- y a quien ahora tenga la suerte de encontrar una de esas alhajas-, convirtiéndose en el ariete que ha abierto camino a las publicaciones actuales.

Para ellas, mi reconocimiento.

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