Adriana Andivia nos presenta su novela Es medianoche, Cenicienta

"Para ser sincera, tengo que confesar que le he dado muchas vueltas a cómo hacer esta presentación.

¿Cuál sería el mejor modo de abordarla? ¿De qué manera resultaría más entretenida o más interesante?

Sin embargo, ahora que lo pienso, creo que el asunto es mucho más sencillo que todo lo que he elucubrado en estos días.

Hablar de Es medianoche, Cenicienta es lo mismo que hablar de Berta, que para algo es la protagonista absoluta de esta historia. ¿Qué por qué? ¿Qué tiene ella que la hace tan especial para merecer una novela? Pues… nada, la verdad.

Berta es una chica como tantas. Treintañera, romántica empedernida; tiene uno de esos trabajos mal pagados que tanto abundan en nuestros días y que consiguió gracias a los contactos de su madre y una apariencia física que nunca la hará destacar entre la multitud, ni para bien ni para mal. Como ves, no puede decirse que sea el paradigma de la mujer de éxito. Pero tampoco hay sombras deslizándose desde su pasado para enturbiar su futuro. Nada de frías noches de invierno pegada a las ascuas de la chimenea para no pillar pulmonía, ni una malvada madrastra controlando y amargándole la vida. Aunque la convivencia con Manoli, la que la trajo al mundo, tampoco es que sea un dulce. Pero bueno, si el mal carácter de un familiar fuese sinónimo de drama nadie estaría libre de hacer de su vida una telenovela, ¿no crees?

Del otro lado tenemos a Nino. Porque, claro, ¿qué sería de los cuentos de hadas sin un príncipe azul?

Aunque tampoco sé si Nino encajaría en este papel mejor que Berta en el de Cenicienta. Tiene el porte, eso sí. El chico es guapo a rabiar. Lo bastante para ser el actor de moda, ídolo de jovencitas ―y de las que ya peinan canas― en su Francia natal. Pero, si te soy sincera, no me lo imagino corriendo tras la doncella de sus sueños nada más verla aparecer en la fiesta. Es demasiado tímido para echarle al asunto la cara que requiere. Si el príncipe del cuento se hubiese parecido a él, el rey, en vez de un baile, habría tenido que organizar un festival de verano. “Del 30 al 15 de agosto noches de rock en el palacio”, o algo así. Puede que de ese modo el chaval hubiese tenido tiempo de reunir el coraje que hace falta en estos casos. Aunque tampoco garantizo nada.

Pero bueno, ¿quién quiere a un príncipe, después de todo? Piénsalo fríamente. Si el muy gandul ni siquiera se tomó la molestia de ir en persona a probar el zapatito de casa en casa. Mandó a su lacayo y no dio la cara hasta después de que este le hizo el trabajo sucio. ¡Menudo prenda! ¿De verdad te gusta un hombre así? ¿No preferirías, no sé, a alguien dulce, paciente y que siempre estuviese más que dispuesto a ponerse de tu lado, sin importar qué?

Por cierto, de eso sí que hay en esta novela. No lacayos, ni tipos incapaces de hacer nada por sí mismos, sino zapatos. No funcionan exactamente igual que los de la historia que conoces. Tampoco son de cristal, aunque están recubiertos por pequeños pedacitos de vidrio. Pero sí que son muy… especiales. El aporte mágico que todo cuento requiere.

Al final, Es medianoche, Cenicienta, no es ni más ni menos que eso: un cuento. Uno que habla sobre la necesidad de madurar y enfrentarse a la realidad, pero sin teñirla de gris ni renunciar a tus deseos. Que recoge el mito del amor predestinado y aborda la importancia de estar en el lugar correcto en el momento adecuado. Pero, sobre todo, que invita a olvidar los complejos y ser uno mismo. Al final, más que cualquier encantamiento o hechizo que desaparezca a la medianoche, la verdadera felicidad está en vivir del modo en que deseas hacerlo.

De eso; de eso es de lo que va este cuento.

¿Qué me dices? ¿Te apetece que lo leamos junt@s?"

Artículo realizado por Adriana Andivia
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