Aunque hace ya un tiempo, en uno de nuestros consejos para la mejora del estilo, hablamos acerca de los diálogos y de cómo puntuarlos correctamente, no es esa la única cuestión que debemos tener en cuenta a la hora de enfrentarnos a este —temido y venerado a partes iguales— elemento narrativo, por lo que ha llegado el momento de dedicarle su propio artículo.
Los diálogos son la voz de los personajes, las intervenciones directas de estos en el texto con el fin de comunicarse unos con otros.
Cumplen tres funciones dentro de una novela. Por un lado, una función informativa, ya que nos ofrecen información directa del personaje sin necesidad de utilizar al narrador como intermediario. Por otro lado, una función estilística, puesto que enriquecen el texto y, al gozar de mayor visibilidad, captan mejor la atención del lector. La última función es la función aceleradora; los diálogos proporcionan ritmo al texto y permiten que la acción avance sin fatigar al lector.
De todo esto se deduce que los diálogos son algo más que palabras; por sí mismos componen una característica más de los personajes y en ellos han de quedar reflejados sus rasgos de personalidad, la clase social, la edad, el nivel cultural, el estado emocional, el grado de confianza con quienes interactúan… Ninguna descripción va a presentar de forma tan clara a un personaje como sus palabras, así que recuerda vigilar en todo momento que las intervenciones de tus personajes concuerden con lo que quieres transmitir sobre ellos.
El diálogo, al igual que el estilo, tiene que sonar natural, creíble y fluido, pero, ¡ojo!, no se trata de una mera transcripción de la lengua hablada. En la vida real los hablantes se superponen, hay largas pausas, se interrumpen unos a otros, se repiten, dejan frases inconclusas… Aquí es donde más debemos marcar la diferencia entre el lenguaje oral y el literario. Los diálogos se elaboran tanto o más que la narración y la descripción.
Algunos errores que encontramos con frecuencia en los diálogos son:
La forma de subsanarlos pasa por el manejo de las siguientes claves:
INTENCIÓN: todos los personajes deben tener una razón para decir lo que dicen. Del mismo modo, nosotros, como autores, utilizaremos el diálogo cuando haya una intención que lo respalde, y no cuando lo consideremos la vía fácil.
PRECISIÓN: las palabras que se ponen en boca de un personaje han de ser exactas, es decir, este debe decir justo lo que queremos que diga con el número de palabras necesario, ni una más ni una menos.
NATURALIDAD: leer un diálogo equivale a escuchar una conversación entre dos personas. Nunca ha de parecer forzado (excepto si las circunstancias de la situación así lo exigen).
FLUIDEZ: el diálogo goza de ritmo propio, más rápido o más lento en función de lo que queramos contar. Por ejemplo, una escena amorosa tiene una cadencia lenta, mientras que una interrogación policial no es lenta en absoluto.
COHERENCIA: un diálogo no puede resultar extraño respecto a las acciones, el carácter o los sentimientos de los personajes que en él participan.
CONTINUIDAD: cada parlamento depende del anterior. A provoca la respuesta B, y B se deriva directamente de A. Sin embargo, no se trata de encadenar preguntas y respuestas de forma monótona. El conjunto debe resultar dinámico.
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Comentarios (3)
Marian Arpa
Muchas gracias !!!
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Malory
¡Gracias!
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Yamima
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