Una de las preguntas a la que en más ocasiones se enfrenta un escritor es a la de: «Y a esto de escribir una novela, ¿por dónde se empieza?». Pues bien, esta pregunta, en contra de lo que muchos suelen pensar, es una de las más sencillas de responder: se empieza por la IDEA.
Toda novela no es más que el resultado de un proceso creativo que tuvo su origen en una idea, es decir, en una especie de germen literario que puede cobrar múltiples formas: imágenes, sueños vívidos, recuerdos, alguna canción, un aroma, cierta noticia aparecida en la prensa, una frase inspiradora, un determinado estado de ánimo... A nuestro alrededor vibran millones de ideas dispuestas a estallar a nuestro paso. Tan solo debemos saber verlas, por lo que la curiosidad será nuestra principal baza. Muchas veces, las historias llegan por casualidad y en formas inesperadas, de tal modo que solo seremos capaces de detectarlas si prestamos especial atención a todo cuanto nos rodea.
A lo largo de nuestra vida no solo nos nutrimos de alimento y agua, sino también de recuerdos, de experiencias, de sensaciones, de emociones que nos van haciendo crecer... Y, por supuesto, también de lecturas. Nada es irrelevante. Ese enorme archivo que permanece dentro de nosotros y que nunca deja de aumentar será nuestra cocina del autor, donde se almacenen los ingredientes y el instrumental del que nos serviremos para llevar a cabo nuestras creaciones.
Es probable que al principio nuestras ideas nos parezcan demasiado simples, incluso absurdas, pero lo cierto es que eso no es más que el comienzo. No debemos angustiarnos, pues, con el tiempo, aquel chispazo efímero se irá espesando y tomando forma, de tal manera que, igual que el aleteo de la mariposa acaba por desatar un huracán, una breve idea desencadena todo un proceso que culmina con la construcción de un universo consistente y verosímil.
Desde el punto de vista literario, no existen ideas malas o buenas, sino que su eficacia va a depender de la forma en que es tratada cada una de ellas. No es necesario, entonces, recurrir a ideas demasiado complejas, ya que, por regla general, la calidad tiene más que ver con el cómo se cuenta que con el qué se cuenta. Podemos narrar aquello que otros ya contaron mil veces antes que nosotros y lograr que, a pesar de eso, parezca completamente nuevo, o que cale más hondo de lo que nunca había calado.
Pero, ¡ojo! Eso no significa que debamos infravalorar la importancia de la idea o la del trayecto ―la experiencia, en definitiva― que nos conducirá hasta ella. La idea es la primera meta a la que nos dirigimos como escritores, y tendremos que ocuparnos de ella con mimo, ya que su peso es tan relevante como el que pueden alcanzar la documentación, la narración o la corrección. Puede que, incluso, un poco más, puesto que sin esa idea inicial no habría proceso creativo al que enfrentarse a continuación.
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Comentarios (5)
Roxana
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Katon
Gracias por el artículo!!
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Andycon
!!!!!!!!!!!!!
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Dougless
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Malory
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