Soy una persona inconformista. Tanto como lectora como cuando soy yo la que escribo. Me gustan los giros de la trama, los personajes enrevesados, los problemas a resolver, los terceros implicados y todas las dificultades que tienen que pasar los personajes antes de solucionar todos sus problemas y lograr el objetivo que se hayan propuesto, que suele ser, casi siempre, estar juntos.
Por eso, cuando llegan ciertos finales no puedo evitar sentir cierta amargura, un resquicio de desazón que no se me quita, que hace que cuando paso la última página del libro o veo el último capítulo de una serie, me pregunte... ¿y ahora qué? ¿De verdad eso es todo? ¿No hay nada más?
Imagino que ese es uno de los motivos por los que nacieron, en principio, los famosos fanfics. Al menos, yo los escribía por eso, para llenar el vacío que se me quedaba en el cuerpo cuando sabía que tras trescientas y tantas páginas de dimes y diretes todo aquello se acababa allí y en ese preciso momento. Y que no habría más. Me revelaba. Me negaba en rotundo a que algunas de las cosas que me había imaginado no fueran a pasar, simplemente, porque la historia se había acabado antes de llegar a ese punto.
Con los grandes culebrones de épocas doradas de la televisión pasa lo mismo que con esos libros que nos tocan la fibra, los que releemos, los que tenemos en la estantería en un lugar de honor y siempre terminamos recomendando a nuestros conocidos y familiares para que los lean.
Y es que no puedes pasarte varios meses siguiendo toda suerte de contratiempos como secuestros, amnesias, compromisos no deseados, hijos dados en adopción, violaciones, encarcelamientos, separaciones forzosas y negativas de la familia de alguna de los dos partes para que luego te metan en un único pantallazo la imagen de los felices protagonistas vestidos de novios acompañados del dichoso e infame cartelito: FIN
¿Qué es esto, señores? ¿Alguna broma de mal gusto? ¿De verdad piensan ustedes que el matrimonio es el fin último de toda relación y que una vez conquistado ese escollo no queda nada más a lo que aspirar? ¿En qué cabeza cabe que con la trayectoria que han tenido los contrayentes (léase lista de eventos anterior y únase a ella: disparos, secuestros, enfermedades terminales, esterilidad, etc., etc.), una simple boda sirva para que sean felices y no se metan en más problemas?
Como lectora, me cuesta mucho tolerarlo, y como escritora en ciernes, intento por todos los medios no caer en ese gran error.
¡Afortunadamente existe algo con lo que podemos cubrir las carencias que nos dejan los finales cerrados clásicos!
El epílogo.
Esa maravillosa invención que alguien tuvo y por la cual, se nos regala en ocasiones alguna pincelada de ese sempiterno «qué pasó después de...»
A veces son solo unas pocas líneas, dos o tres páginas a lo sumo. Hay autoras que sitúan su epílogo justo después del final de la historia y otras que optan por dejar que pase un lapso de tiempo que puede conllevar desde meses, hasta años.
¡Estoy totalmente a favor! Un epílogo no es una novela en sí misma, ni una historia entera que contar, no se supone que tenga cien páginas y cuente con todo detalle todo lo relativo a los personajes. A veces solo da alguna pista, crea una especie de cierre o broche de oro que hace que el sabor de boca que se nos queda sea mejor; en otras ocasiones, sirve como telón para una posible segunda parte de la novela principal, esta vez, protagonizada por otra pareja y contando otra serie de historias, lo cual, no lo neguemos, hace que la pena por despedirte de esos personajes que han convivido contigo, sea mucho más llevadera.
Todos sabemos que no hay segunda parte sin que X e Y «vuelvan a salir», y eso, a mí por lo menos, me consuela mucho a la hora de decir adiós.
Volviendo al tema, lo que parece claro es que el final feliz, aunque respetable y deseado por lectoras y casi todas las escritoras que conozco, no es siempre lo más veraz a la hora de escribir. Como decía antes, un matrimonio o unión de los protagonistas, por «querible» que este sea, no finaliza ninguna historia a ojos del ávido lector, sino que hace que nos surjan mil posibles cuestiones más.
Para mí, el epílogo es esa arma poderosa que nos da el puntito de más que necesitamos, hace más reales a los personajes que hemos querido y con los que hemos llorado y reído, porque tras leerlo, sabemos que sus relaciones no se limitaron a superar una serie de obstáculos, sino que tras ellos, y una vez obtuvieron ese deseado objetivo que estuvieron persiguiendo durante todo el libro, lograron vivir, con sus más y sus menos.
Eso lo hace parecer más real, ¿verdad? Algo que no tiene precio.
¿Qué pensáis vosotros?
¿Preferís un final con tramas cerradas o sois, como yo, pro−epílogo?
*Artículo realizado por Romina Naranjo.
Copyright © 2002 - 2022 rnovelaromantica.com y elrinconromantico.com
| Aviso legal | Política de privacidad | Política de Cookies |
Comentarios (5)
Antonella
AMO los Epílogos... si si soy PRO-Epilogos y en algunos de los libros que he comentado en esta pagina he expresado mi enfado (por decirlo de una manera linda) a las autoras que no utilizan esta EXCELENTE herramienta... Por que nos dejan con ganas de mas... es innecesario... me irrita, y me decepciona... el Epilogo ese ese "MAS" que después de leer toda la historia y los dramas de la misma, llena el Alma y haces que adores y aprecies mucho mas el libro...
Gracias por el articulo Romina es excelente.
responder
Rociodc
Gracias, muy buen artículo ;-)
responder
Dougless
responder
Clarisa
responder
Silvia77
responder