Por Noemí J. Furquet
Hace algunas semanas hice limpieza en casa. Cada cierto tiempo hago un barrido rápido de las estanterías en busca de libros que ya no me dicen gran cosa o que tengo repetidos y hago sitio para nuevas adquisiciones (nada que ver con lo que promueve Marie Kondo, no creáis, lo mío tiene que ver más con refrenar el diogenismo bibliófilo que con el minimalismo). El caso es que, mientras preparaba la bolsa para llevarla a un punto de intercambio, me di cuenta de que, aunque leo bastante novela romántica, cada vez tengo menos libros en papel. ¿También os pasa a vosotras?
Empecé a investigar un poco y vi que, según bookriot, el 89 % de las ventas de novela romántica en Estados Unidos ya se hacen en formato digital. Parece, pues, que no estoy sola. Sin embargo, igual que hay libros de los que me cuesta mucho desprenderme, también hay libros que necesito imperiosamente tener en papel.
Las ventajas del e-reader son innegables. Es un aparato ligero y cómodo, y solo por poder cambiar el tamaño de letra (¿yo, hacerme mayor?, ¡qué va!) y ajustar la retroiluminación ya valdría la pena. Recuerdo sin nostalgia los trayectos en metro sujetando con una mano tales tochos en papel que me dejaban el brazo dolorido por el peso, mientras me agarraba como podía con la otra para no estamparme contra la puerta o, aún peor, otros viajeros cada vez que el convoy tomaba una curva o traqueteaba sobre las vías. Solo de pensar en leer Anna Karenina en papel me dan escalofríos, por lo que sus 1008 páginas siguen esperándome en lo alto del anaquel, mientras que el verano pasado disfruté como una cría releyendo La Regenta en mi baqueteado lector electrónico. Además, su memoria permite almacenar un montonazo de libros y, si hay algo que nos caracteriza a las lectoras de novela romántica, es nuestra voracidad. De hecho, según Nicholson Baker (en «El Kindle: ¿una mejora del libro convencional?»), somos precisamente nosotras las responsables del auge del libro electrónico. Qué responsabilidad sobre nuestras cabezas. Y qué alivio para nuestros ojos y nuestras manos.
Ilustración 1: Aquí mi fiel (y maltrecho) lector electrónico, superviviente de varios viajes intercontinentales y de una cachorrita mordelona.
Por no hablar de la discreción del lector electrónico. Dado lo poco que dejan ciertas cubiertas a la imaginación, mi primer Sony Reader se convirtió en el cómplice perfecto a la hora de esconder ciertas lecturas a los ojos de los snobs y los gazmoños. Lo tengo más que superado, pero confieso que hubo un tiempo en que me vino muy bien la sobriedad del dispositivo.
Otra ventaja clarísima es la disponibilidad: gracias a las tiendas de libros electrónicos se nos abren las puertas de todas las librerías del mundo. Podemos leer novelas en cualquier idioma y de casi cualquier país. Esto nos permite ir más allá de lo que nos traen las editoriales y descubrir autoras desconocidas o temas que no son habituales aquí. Y todo ello a golpe de clic, lo que también satisface nuestra necesidad de gratificación instantánea. ¿Que me apetece una novela histórica con una protagonista de color? Clic. ¿Una historia de amor entre personas del mismo sexo? Clic ¿De distinta edad? ¿Algo más picante? ¿Algo totalmente blanco? Clic. Clic. Clic. De hecho, el problema es que hay tanto donde elegir que una a veces no sabe ni por dónde empezar.
Y el problema se agudiza si tenemos en cuenta la riada de autoras autopublicadas. Aunque no es de extrañar: en Dangerous Books for Girls, Maya Rodale señala que las autoras de novela romántica ganan más dinero de los e-books que sus homólogas en otros géneros. Tanto es así, que hasta editoriales convencionales han creado sellos exclusivos para la publicación de novela romántica en formato digital. Si quieres leer a ciertas autoras, olvídate del papel.
Y sin embargo...
Llamadme romántica. Hay algo que solo lo tiene el papel. En Contra la lectura, Mikita Brotman ya advierte de esa obsesión por el libro como objeto de culto y previene contra los bibliomaníacos, celosos coleccionistas de libros, que acumulan ejemplares cada vez más raros por el mero placer de poseerlos. Pero qué queréis que os diga. Si me encontrase una primera edición de cualquier novela de Mary Balogh, se vendría conmigo derechita a casa.
Hay libros que hay que tener en papel. Su belleza, su olor, el ritual de voltear las páginas, los puntos de lectura, el diseño de las cubiertas, los marginalia. Imaginemos que nos quedamos sin batería durante un día entero. Imaginemos una distopía en la que, de repente, dejáramos de tener acceso a lo digital. ¿Quién lloraría por perder los mensajes de correo electrónico? ¿Quién por los grupos de Whatsapp? No dudo que sería duro (ejem, ejem), pero ¿y los libros? Se me ponen los vellos de punta. Afortunadamente, parece que las editoriales, sobre todo después de la crisis, han visto en la belleza del libro como artefacto una alternativa a la avalancha de lo electrónico y últimamente podemos encontrar ediciones primorosas. Basta pensar en la colección que RBA sacó hace apenas un mes de autoras clásicas.
Esa es una de las claves por las que sigo leyendo libros en papel y, he de reconocerlo, cada vez más. Quiero libros que duren, que al recorrer mi biblioteca con los ojos me recuerden cuándo y dónde los leí, por qué me gustaron, por qué siguen en la estantería y no han terminado en la biblioteca popular del Retiro. Adoro Calibre, pero contemplar la librería de mi salón enorgullece mi corazoncito bibliófilo. De hecho, en muchos casos comienzo por leer un libro en formato electrónico para acabar comprándolo en papel.
Ahora bien, si invierto en un libro en papel, exijo que sea algo más que un objeto bonito. Tengo muy poca tolerancia a las malas ediciones, con un papel cutre o desagradable al tacto, hojas que se despegan en cuanto relees el libro o cubiertas de baratillo. Por suerte, creo que muchas editoriales ejercen un papel importante como filtro de calidad y que publican obras tan bonitas por fuera como por dentro.
Al final, ya lo dice el clásico: la belleza está en el interior. Me da igual formato electrónico o papel; lo que quiero son buenas historias. Es verdad que el e-reader me permite leer una gran cantidad de libros, cosa que como bibliófaga agradezco enormemente, al igual que las ofertas flash o las plataformas de suscripción. Además, iniciativas tan encomiables como eBiblio me lo ponen aún más fácil. Espero que el iPad y el Kindle me duren muchos años más, pero sé que, cuando perezcan, no podré resistirme a hacerme con otro lector electrónico.
Como tampoco podré resistirme a la atracción de releer Persuasión en tapa dura o de hacerme con lo último de Julie Klassen o la saga entera de los Bridgerton. Si otras coleccionan zapatos, yo quiero libros bonitos.
¿Y vosotras, qué preferís? ¿Leéis más en formato electrónico o en papel? ¿Por qué? ¿También os sentís irresistiblemente atraídas por la «bonitez»? Yo sé que moriré pobre; solo espero que a mis herederos les gusten los libros tanto como a mí...
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Comentarios (15)
Rocío DC
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Loqui
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Noemí J.
¡Muchas gracias por comentar en el artículo!
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Silvia77
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Noemí J.
¡Muchas gracias por comentar, Silvia!
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Dougless
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Noemí J.
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Cynthia HJ
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Noemí J.
¡Muchas gracias por comentar el artículo!
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Savannah990
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Noemí J.
¡Muchas gracias por comentar, Savannah!
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Bona
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Noemí J.
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ELSA
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Noemí J.
¡Muchas gracias por tu comentario, Elsa!
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