Salomón es, acaso, el rey más célebre y memorable de todos. Conocido por su inmensa inteligencia y por sus grandes obras, como el Templo de Jerusalem para albergar la Sagrada Arca de la Alianza, su fabuloso palacio, el terraplén que unía el templo con la ciudad, la seguridad interna el reino, la expansión del comercio o su extraordinaria flota que transportó toneladas de oro desde Ofir, en el Mar Rojo.
Acabó con la independencia de las tribus y unificó el reinado bajo su mandato, dándoles prosperidad. Su fama y sabiduría se extendió por el mundo. Y por todos lados se hablaba de su inmensa fortuna, que ha dado pie a numerosas leyendas.
Pero como todo mortal, tenía sus flaquezas. Y aunque en un principio amó a Dios sobre todas las cosas, la abundancia, el poder y la carne le traicionaron.
Según nos relatan algunos escritos, Salomón envió un cuervo en busca de una apreciada abubilla y éste la encontró por fin en un lejano oasis conocido por El jardín de los dos Paraísos. La abubilla, ya en la corte de Salomón, le relató que allí vivía la más hermosa y rica reina, una mujer cuya belleza haría temblar la fe del hombre más virtuoso. Salomón se interesó más por las riquezas de aquella reina que por su teórico atractivo, ya que poseía un harén con preciosas mujeres y le envió un ultimátum para que rindiera su reino al de Israel.
Makeda (también conocida por Bilqis o Balkis, Nikaule o Nicaula), lejos de doblarse ante la voluntad de Salomón, ordenó que prepararan el viaje y se presentó con un gran séquito en Jerusalem, enfrentándose al rey para intentar conseguir un pacto que no subyugara a su pueblo. Su ánimo era negociar con el rey de los israelitas y regresar a su país. Pero quedó deslumbrada por la magnificencia de la ciudad y, sobre todo, por la apostura y sabiduría de su gobernante, del que dicen se enamoró al instante.
Durante tres largos años, la Reina de Saba permaneció junto al monarca y logró un tratado beneficioso para ambos pueblos, donde primó la no agresión y el intercambio comercial.
Salomón quedó prendado de la belleza de Makeda. La deseó. Infinitos fueron los costosos regalos que le entregó y múltiples las lisonjas con las que la embriagó, a fin de ganarse su amor. Sin embargo, y a pesar de lo que el cine nos mostró, se cuenta que ella se resistió cuanto pudo. Su orgullo no le permitía ser una más en el harén de aquel hombre. Ella era una reina y su pueblo era lo primero.
Según la historia —o la leyenda—, Salomón, desesperado por conseguir los favores de aquella mujer que le había embrujado, trazó un plan cuando ella decidió regresar a su país. Alargó su conversación con ella hasta tarde, consiguiendo que se quedara a dormir en el palacio. Makeda le hizo prometer que no intentaría nada y él accedió a cambio de que ella no tomara nada de su casa. Aunque sorprendida e irritada, porque él presuponía que podía robarle, aceptó. Por la noche, los sirvientes dejaron una vasija con agua al lado de la cama de la Reina de Saba y cuando ella fue a beber, la mano de Salomón la detuvo argumentando que si ella no había cumplido el pacto, él tampoco lo haría.
Makeda se entregó aquella noche al hombre que amaba en secreto desde hacía tres largos años.
Salomón la cubrió de besos, de caricias, deslizó en sus oídos todas las palabras guardadas durante aquel tiempo y que pugnaban por salir. La amó como nunca amó a ninguna otra mujer. La pasión se desató, se desbordó como el río que recibe más caudal del que puede aceptar y durante aquellas horas, aquella única noche, ambos olvidaron quienes eran. No hubo rey de Israel ni Reina de Saba, solamente dos cuerpos unidos, batallando en el mar embravecido de la pasión, reposando cuando caían agotados y regresando de nuevo, una y otra vez, a la cumbre del placer.
Aquel amanecer, mientras los rojizos rayos del sol asomaban sobre el Templo de Israel y los cánticos de los sacerdotes saludaban el nuevo día, Salomón dejó su semilla en Makeda.
Cuando la reina supo que estaba embarazada, con el corazón dividido entre su pueblo y sus obligaciones y el amor que profesaba a Salomón, decidió que no podía retrasar su regreso a Saba. Y fue allí, en el Jardín de los dos Paraísos, donde alumbró a su único hijo, al que llamó Menelik.
Durante veinte años, mantuvo el secreto de aquel vástago. Lo amó como había amado a Salomón, con la misma intensidad, porque era el fruto de su pasión por el rey israelita al que no olvidó nunca y cuya ausencia lloraba cada noche y cada amanecer. Tragándose su sufrimiento, instó a Menelik a viajar a Jerusalem para conocer a su padre. Y Salomón le recibió entusiasmado, aunque avejentado. La ausencia de Makeda le volvió un ser vanidoso y rencoroso, que incluso cayó en la idolatría desoyendo las advertencias de Dios.
Dicen que Menelik no aceptó la propuesta de Salomón para quedarse en Jerusalem y gobernar a la muerte del monarca y escapó de la ciudad un anochecer, llevándose consigo El Arca de la Alianza.
Y Salomón, aquel que había sido el más grande, el más sabio, el que para acabar con la rivalidad entre dos mujeres que se disputaban el mismo niño mandó cortar al bebé por la mitad y de ese modo supo quién era la verdadera madre, ese que compuso odas hermosísimas, el Libro de los Proverbios y el Cantar de los Cantares, cayó en la apatía. Porque fue magno, célebre e inteligente, pero no consiguió vivir con la mujer a la que amó más que a su existencia ni disfrutar del hijo que acabó traicionando su confianza.
Hasta aquí la leyenda, porque aunque sabemos que Salomón existió y que también existió el Reino de Saba, no se ha podido confirmar la de Makeda, una mujer que desplomó las creencias de un rey y le amó, en la lejanía, hasta la muerte.
De manera que quedémonos con la historia que nos mostró la pantalla. Con ese amor extraordinario, sexual y sensual entre un Yul Brynner magistral y una Gina Lollobrigida esplendorosa, dirigidos por King Vidor en el año 1959. Con el lujo del palacio de Jerusalem, sus bailes voluptuosos y mundanos. Imaginemos que aquella época fue así y que Salomón y la Reina de Saba gozaron de muchas noches de pasión, atrapados en el torbellino de un amor de celuloide.
*Artículo realizado por Nieves Hidalgo
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Comentarios (3)
crishi
Pues yo no conocía ni la historia ni la leyenda, vamos, y ya no te digo la película. La verdad es que al leer este artículo siento curiosidad por saber más sobre esta historia.
Gracias!!!
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Luciago
Y, desde luego la leyenda que nos cuentas sobre su gran amor, es casi nueva para mí.
Lo que si que recordaba y claramente, es lo del juicio de las dos mujeres que se disputaban al hijo.
Un artículo precioso y que me ha encantado.
Gracias.
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Cynthia HJ
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