Antes que nada, perdonad que le haya puesto al artículo un nombre tan acaparador. Es porque, más que sobre la figura histórica y muy conocida de la emperatriz de Austria y reina de Hungría, quería hablaros de lo que Sissi significa para mí. Seguramente hay personajes aún más relevantes. A lo largo y ancho de la historia es fácil encontrar mujeres icónicas, otras reinas que levantaron amores y odios, como Cleopatra, religiosas combativas, como Teresa de Jesús, o doncellas guerreras, como Juana de Arco. Mujeres que han hecho correr ríos de tinta y desatado la imaginación de pequeños y mayores. Pero si hubo una referencia femenina que marcó mi infancia y la de otras muchas niñas de mi generación: los setenta, los ochenta (como quien dice antes de ayer), esa fue Sissi.
Elisabeth de Baviera nació en 1837 y se crio en la residencia familiar de Possenhofen, un castillo situado en plena naturaleza lejos de la rigidez de la corte vienesa. Sus padres, los duques de Baviera, tenían otros siete hijos, y su madre, Ludovica, era hermana de Sofía de Habsburgo, así que Francisco José y Sissi eran primos. Se conocieron en la ciudad balneario de Bad Ischl, a donde se había desplazado junto con su hermana Nené, en un viaje que tenía como propósito auspiciar el compromiso de ambos. Pero Francisco José, de veintitrés años, vio a Sissi, que tan solo tenía dieciséis, y decidió que sería ella o ninguna. Un año después contrajeron matrimonio.
Toda una historia de amor con final feliz que nos contaron muchas veces en libros y películas. Recuerdo muy bien aquellos libros de Sissi con tapa dura ilustrados con viñetas gráficas. Si comenzabas a leerlos y te sentías muy impaciente, podías avanzar siguiendo las viñetas y volver después atrás para disfrutar de todos los detalles. También recuerdo las películas de Romy Schneider que emitían las tardes de los sábados, pero no me convencían del todo; ella me parecía un poco empalagosa y él demasiado soso. Prefería los libros. Dejaban margen a la imaginación y comprendían varios momentos de la vida de la joven Sissi.
Tal como yo las recuerdo, aquellas novelas eran una especie de versión precoz (y apta para todos los públicos) de lo que serían las novelas románticas que leería después. Tenían aventura, tenían bailes, preciosos vestidos que se describían al detalle. Aún recuerdo cierta escena en la que Sissi debía elegir entre uno rosa, otro verde manzana con los hombros al descubierto y uno blanco salpicado de pequeñas flores azules. (Se quedó con el de flores azules y fue un acierto).
Y no todo eran tonos pastel. No esquivaban los problemas con su suegra y los conflictos que mantuvieron por la crianza de sus hijos. La situación en la que eso ponía al emperador (siempre ocupado por los asuntos de estado y en la difícil tesitura de enfrentarse a su esposa o a su madre), el amor de la emperatriz por Hungría y la inestable situación política de la época. Con todo, el mensaje último era que el amor de Francisco José y Sissi era más fuerte y sobrevivía a todas las dificultades.
Yo tenía siete, ocho o nueve años cuando las leía y lo único que sabía era que me gustaba mucho Sissi. Habría querido ser como ella y tener bonitos vestidos, apuestos príncipes que caían rendidos a mis pies al primer vistazo y viajar a lo largo del Danubio solucionando crisis de estado. Incluso a pesar de una suegra que, finalmente, no era tan malvada y solo quería lo mejor para sus nietos.
El problema es que la vida siguió más allá de aquellos finales de cuento y, cuando crecimos, nos enteramos de lo que las películas y los libros no nos contaron.
Sissi, como bien decían las novelas, fue una mujer de espíritu libre y vocación de independencia. Desde el principio se adaptó mal a la corte. Fue madre muy joven, a los dieciocho años, y su suegra trató de imponer su voluntad. Sissi se resistió con uñas y dientes y en una de esas decisiones cuestionadas se llevó con ella a sus hijas en un viaje oficial a Hungría. Las niñas enfermaron de fiebres tifoideas. La menor consiguió superarlas, pero Sofía, de tan solo dos años (y que llevaba el nombre de la madre de Francisco José) no tuvo la misma suerte y falleció en aquel viaje.
No se lo perdonaron. La acusaron de irresponsable, de anteponer sus caprichos a la seguridad de sus hijas, lo aprovecharon para arrebatarle la custodia del pequeño príncipe Rodolfo tan pronto nació. Francisco José, a pesar de lo mucho que la quería, lo consintió. Delegó la educación del heredero en su madre en lugar de confiárselo a su esposa.
Esa traición supuso el comienzo del alejamiento de la pareja. Se dice que Sissi empujaba a sus brazos a las amantes que escogía para él, quizá en un intento por conquistar más libertad para ella. Comenzó a viajar incansablemente, a caminar durante horas, a hacer ejercicio hasta la extenuación. Le preocupaba mucho su aspecto. Estaba obsesionada por su figura, hasta el punto de que se especula que llegó a padecer anorexia. Necesitaba de al menos tres horas para que su doncella le peinase el cabello que le llegaba hasta los pies.
Era una mujer inteligente, culta, excéntrica, progresista y muy consciente de los cambios sociales que se avecinaban. Y si cuando era niña me atraía su figura, cuando crecí lo hizo aún más. Sissi rebelde, insatisfecha, adelantada a su época, tuvo muchos de los problemas y las obsesiones a los que tuvimos que enfrentarnos (aún nos enfrentamos) las mujeres de hoy en día. La conciliación de maternidad y otras metas, ya sean personales o profesionales, la presión por conseguir la apariencia que marcan las modas, el difícil equilibrio entre independencia y compromiso con tu pareja.
Es una lucha que mantenemos cada día y de la que también tratamos de salir airosas, de conseguir nuestro particular final feliz que nunca acaba de llegar del todo, sino que se conquista jornada a jornada, con batallas perdidas y otras ganadas, como le ocurrió a Sissi. Es un personaje al que siempre he querido. Por eso seguramente, cuando tuve la idea que me llevó a escribir El último baile (que es la historia de una mujer enamorada, que ve cómo sus sueños y sus aspiraciones se transforman, porque la vida, el mundo y el hombre al que ama lo hacen a su vez), pensé en Viena y recordé a Sissi (y hay más de un guiño en la novela que reconoceréis con facilidad).
Volviendo a su vida, sus últimos años tampoco fueron fáciles. Dejó de mostrarse en público si no era con velos o con el rostro oculto tras un abanico, no permitía que la fotografiaran, su hijo Rodolfo, el heredero, se suicidó junto con su amante en un suceso confuso y trágico que da a su vez para escribir docenas de novelas. Solo su hija menor fue un permanente consuelo. Solo Francisco José no dejó nunca de amarla. Eso afirman los que le conocían. A pesar de todo y con todo.
Murió en Ginebra en 1898, asesinada por un anarquista que no la tenía como objetivo. Se enteró de que estaba en la ciudad, y al fallar en su primera intención, la buscó y le clavó un estilete tan fino en el pecho que murió sin saber cómo había ocurrido.
Fue un final triste y que me parece muy injusto (y esa es la principal ventaja de la ficción sobre la realidad: que la historia puede terminar tan bien como seas capaz de imaginar). Pero yo nunca me atrevería a escribir sobre Sissi, hasta me lo he pensado dos veces antes de escribir este artículo, porque es una figura tan compleja, tan conocida, se ha escrito tanto y tan bien sobre ella (los libros de Ángeles Caso, por ejemplo), que a lo único que me atrevo es a reconocer mi deuda con ella, con Elisabeth de Baviera, la de los cuentos y la real. Por eso, cuando desde el Rincón me invitaron a hablaros de El último baile, pensé que, antes que nada, debía rendirle mi pequeño y particular homenaje. Porque después de todo, quizá no tuvimos los vestidos de baile, ni al príncipe, ni el final de cuento de hadas, pero sí heredamos su espíritu inquieto, su inconformismo, sus ansias de libertad. Porque al final resultó que teníamos mucho más en común de lo que nunca pudimos pensar.
Por todo eso, gracias, Sissi.
Artículo realizado por Marisa Sicilia.
Las fotografías incluidas en el artículo son de Pixabay y Marisa Sicilia.
Copyright © 2002 - 2022 rnovelaromantica.com y elrinconromantico.com
| Aviso legal | Política de privacidad | Política de Cookies |
Comentarios (6)
Bona Caballero
Para otra versión cinematográfica menos edulcorada de Isabel de Baviera, también interpretada por Romy Schneider, tenemos el "Luis II de Baviera (Ludwig), " 1972 de Luchino Visconti. La he visto hace poco y me ha gustado mucho. Un look preciosista para una historia bastante tremenda.
responder
Marisa Sicilia
responder
Alla
responder
Marisa Sicilia
responder
Cynthia HJ
¡Gracias por el artículo! Y suerte con la novela, que pinta fenomenal y cuya portada me encanta y me parece súper acorde y delicada.
responder
Marisa Sicilia
responder