La oscuridad se consume en un abismo, se mete dentro de sí misma, imposibilita que algo se escape de allí. Atraída como a un agujero negro, como si una fuerza gravitacional la arrastrara, Isabela se adentra en la oscura mirada de Dermont, a quien todos le dicen que debe temer, que debe esconderse de él. En esos ojos, que todos ven como tenebrosos, ella ve, tímida, una luminosidad que escapa al abismo.
La señorita Isabela Alcántara no tendría por qué trabajar, pero cree en hacerlo. Cree que las mujeres no deben ser meros objetos decorativos en un hogar, ni vivir bajo la indiferente ala de un hombre. Ella es maestra y ha aceptado un trabajo como tal en la estancia Los Tacuarales, propiedad de Lautaro Sanlúcar. Lorena Sanlúcar, la hija de Lautaro necesita alguien que le enseñe no solo los rudimentos de la escritura y la lectura, de la gramática, la aritmética y la geometría. Necesita alguien con quien volver a conversar desde que ha perdido el habla.
Cuando Isabela llega al lugar, las voces de los habitantes de la zona comienzan a rumorearle extraños sucesos anteriores. La muerte de la esposa de Lautaro, la repentina mudez de Lorena, el fatal destino de las maestras anteriores a ella. Todos coinciden en sospechar de Dermont, el extraño medio hermano de Sanlúcar con sangre indígena, que parece seguir los designios de una cruel leyenda.
Sin embargo, cuando ella lo conoce, no ve oscuridad en esos ojos como los demás reclaman, ve apenas una mirada acostumbrada a rehuir, ve una tenue luz sobre el fondo de la retina, como una vela que quiere alumbrar la noche. En ese lugar amenazado, intenta, entonces, avanzar sin ver, sin caer en un abismo que siente que la atrapa.
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