Constance no tuvo más remedio que entrar en la sala donde estaba el duque, aquel caballero de tan mala reputación. Le había imaginado de edad madura, con ojos rasgados, larga y afilada nariz y orejas puntiagudas.
Pero al mirar hacia el fondo de la habitación no halló al demonio que esperaba encontrar, sino a un hombre joven y extremadamente apuesto.
El la miró de un modo que la hizo estremecer y su corazón empezó a latir con violencia.
Sobrecogida por las extrañas emociones que la dominaban, se ruborizó y volvió la cara para escapar a la penetrante mirada del duque...
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