Crítica realizada por Teresa
Stevie Stanford, que se ha quedado viuda hace poco, tiene que contar la verdad a su familia; pero el pasado es complicado y difícil de desentrañar. Mientras tanto, los recuerdos de Michael están metidos en una caja de zapatos porque van a trasladarlo al hospital. A Michael nunca se le ha dado bien expresar las cosas con palabras; se siente más a gusto con el clic del código Morse. Pero Anna, una joven ayudante sanitaria, tiene la paciencia –y la peculiar ternura– necesaria para extraerle su historia. Así que empieza a contarla
Stevie ha perdido a su marido, Jonathan, después de penar con una enfermedad larga. Ella no es joven, siempre ha vivido arropada por su marido y con el amor de su hija y volcada en el cariño hacia su nieta. Por tanto, para ella es un bajón tremendo encontrarse de repente sin ese apoyo, sin saber que hacer. Todo su mundo se viene abajo, más aún cuando existe un secreto que no quiere revelar a nadie y que la ha estado carcomiendo durante años.
Por otro lado tenemos al personaje de Michael, un hombre que no puede comunicarse con los demás, que yace en la cama de un sanatorio y cuyo único método para decir lo que quiere es escribir. Lo hace así para contarle su vida a una joven enfermera que lo atiende.
La historia es, podríamos decir, retrospectiva. Es decir, que es una historia que cuentan dos personas recordando sus vidas y por medio de ellas conocemos lo que les pasó, sus amores, sus luchas, sus dudas y sueños que han dejado atrás y que vuelven a salir según la autora nos narra la historia, hay que decir que con un estilo inmejorable.
La verdad sea dicha, no es lo que me esperaba, pero el modo de narrar de esta escritora ha conseguido atraparme en el libro, desear saber qué fue lo que sucedió en la vida de estos dos personajes, qué punto tienen que les une.
Es una novela sentimental por completo, los protagonistas van ganando puntos página a página y llegas a conocerlos bien. Es fácil leer una novela aunque el argumento no sea de esos que te embelesan, cuando está bien escrita, que es lo que pasa en este libro. De un modo sencillo, sin grandes escenas, sin diálogos llenos de elocuencia y sin disparatadas aventuras, pero lleno de ternura.
Puede que no a todas les agrade leer una novela en la que los protagonistas no son jóvenes sino personas ya mayores, en la etapa casi final de su vida. Tampoco lo es ver que Michael se está muriendo. Para mí, la muerte no es agradable en una novela, lo que me gusta es disfrutar y no ponerme a pensar en que los personajes acabarán por desaparecer, como es ley de vida. Pero me ha gustado el planteamiento de la autora analizando las decisiones que ambos han tomado a lo largo de su existencia, preguntándose si han actuado correctamente, si han hecho las cosas como deberían, si se confundieron. Imagino que a eso se llega cuando se ve cerca el final, es hacer un exámen pormenorizado de todo y reconocer nuestros errores aunque ya no haya tiempo de enmendarlos.
El marco de la Segunda Guerra Mundial es perfecto para esta historia que nos cuenta la vida de dos jóvenes enamorados que toman rumbos distintos. Las guerras siempre trastocan todo y eso les pasa a ellos dos cuando el chico tiene que ir al frente y la muchacha debe esperar su regreso.
Hay amor en la novela, no creáis que se trata simplemente de los recuerdos de dos ancianos. Un amor bonito que se trunca, pero que llega al corazón.
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