Crítica realizada por Irdala
Libro 3º de la trilogía ambientada pueblo de Edilean (Virginia).
Hacía siglos que no leía a Jude Deveraux, pero leí el primer libro de esta trilogía y me apeteció el segundo, así que lo leí y estaba como loca esperando el tercero. No es que sean la octava maravilla del mundo, pero es novela romántica de la de toda la vida y esa es la que yo leo. Así que tan contentita me fui a por este tercero.
Sophie Kincaid ha pedido ayuda a su amiga Kim para poder abandonar su pueblo y refugiarse durante una temporada lejos de todo y de todos los que la conocen. Se supone que el lugar donde vive su amiga y donde le ha ofrecido trabajo y alojamiento, es la quintaesencia de los bellos sitios y la gente fantástica, sin embargo, lo primero que le sucede cuando aún no ha llegado ni siquiera a las lindes del pueblo, es que un desaprensivo con un deportivo casi la arrolla. Quien conduce el vehículo no es otro que el doctor Reede Aldredge y ni siquiera se entera de que casi se la lleva por delante. Cuando la chica llega al pueblo y se encuentra con él, se esfuerza en dejar bien claro delante de todo el mundo lo que piensa del doctor y de paso le da un buen escarmiento. Los habitantes del pueblo que están un poquito hasta el moño del mal carácter y humor del médico, se ponen de parte de la chica. Pero cuando Reede, que es el hermano de Kim, se entera de que el trabajo que esta le ha ofrecido a su amiga es con él y el pueblo ve que esa chica tan dulce puede hacer que el doctor cambie, todos se confabulan para que Sophie no se entere de que quien casi se la carga es el médico para el que va a trabajar.
En las primeras páginas de la novela, quizá el primer cuarto de libro, la relación entre la pareja es por teléfono, a base de mensajitos y en una fiesta de disfraces... y así es como se solventa el hecho de que la chica no sepa quién es él. Durante este tiempo en el que ambos se van conociendo e incluso viven una aventura la mar de rocambolesca y muy poco realista o creíble, la verdad es que estaba disfrutando de la novela, pero en un momento determinado, a la autora se le debieron cruzar los cables o yo qué sé lo que estaba pensando. Lo cierto es que se dedicó a divagar y a contarnos la vida y milagros de todos los habitantes del pueblo, y por si estos no fueran suficientes, empezaron a aparecer personajes: su antiguo novio, el padre del susodicho, una chica que busca empleo, una señora para hacer de cajera, un viejo que hace figuras de arcilla... ¡y la madre que parió a Panete!, y todos, de una u otra forma, se acoplaron a la historia.
La verdad es que llegado a este punto, y aunque los protas pululaban por allí, yo ya no sabía qué rayos me interesaba más, si las cuitas y circunstancias de los habitantes de Edilean o cómo demonios iba a terminar el romance porque, todo sea dicho de paso, el cortejo y el amor no iban... o iban muy flojitos y aguados. Pocas cosas pasan entre ellos, no se ve ni la química ni la física ni na de na, pero es que además, tampoco a sus propias historias personales les ves el futuro. Y a todo esto los habitantes del pueblo sin parar de entrometerse en la vida de la pareja y manipular todo lo que pueden: «que no pierdas a la chica, que es estupenda», «que el doctor es un amor, de verdad». Qué asco de pueblo, ni loca me voy a vivir allí, ¡panda de cotillas! Eso sí, bienintencionados todos, sólo faltaba.
En fin, que al final son felices y comen perdices, eso sí, de la manera más rara que me podía imaginar. Casi parece que la autora se ha liado (o lo ha liado) ella sola tanto, que después de cuatrocientas páginas ha tenido que tirar por la calle de en medio y poner punto y final. A mí me ha desilusionado un montón porque ha dejado hasta cosas sin respuesta o confusas, y aunque tampoco es que fueran importantes (puedo vivir sin saber esas chorraditas), si las metió en la historia, ¿por qué narices no las solucionó?
Por otra parte, ¿a santo de qué tanto misterio en los libros anteriores con la desaparición de la tercera amiga, dónde estaría y qué sería de ella? Parecía que nos esperaba una historia que nos iba a emocionar o sorprender al menos y... bah, no vale un pimiento, no es nada del otro mundo. Y las dos amigas ni siquiera hacen acto de presencia en esta última entrega, ¡ni por teléfono siquiera!
Sinceramente, este cierre de la trilogía es totalmente prescindible.
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