Megan Hart - En sus manos

"Aquel anónimo no iba dirigido a mí. No te equivoques conmigo, no tengo la costumbre de leer el correo ajeno, pero era un simple pedazo de papel con unas cuantas líneas escritas a mano. Era evidente que iba dirigido a otro vecino. Parecía una nota inocente, pero, decididamente –y deliciosamente?, no lo era.
Antes de meter aquella nota, y las que la siguieron, en su buzón, devoraba su contenido: sugerencias, instrucciones, emplazamientos, órdenes. Cada uno de ellos más atrevido que el anterior, más complicado y... más excitante. Y yo los seguía todos al pie de la letra.
Antes de recibir aquellas notas, si un hombre me hubiera dicho lo que tenía que hacer, le habría enviado a paseo.
Pero la sumisión es un arte y hay algo extrañamente liberador al cumplir las órdenes de otro... Sobre todo cuando eso te hace sentirte tan bien. Pero he ido descubriendo que cuanto más me someto, más poderosa me siento, así que ya va siendo hora de invertir los papeles.
Ahora pongo yo las reglas del juego"

Leo la sinopsis y después de terminar la novela creo que he leído otra. En un principio, el texto -según está planteado- me ha sugerido misterio y picardía pero después la historia de Paige parece sacada de un sueño que tuvo dos días seguidos. Paige DeMarco es un maremoto emocional. Es de esos personajes que parecen una hoja azotada por un mar embravecido y aunque es una chica autosuficiente, no sabe si dirige su vida o la vida la dirige a ella. Tan pronto pasa un rato con su ex marido, Austin, que le pone morritos a su vecino Eric o piensa lo bien que se lleva con su jefe. Todo esto narrado en primera persona, hace que te vuelvas loca más de una vez. Y no sé si todavía me dura la locura porque la única palabra que me sale para describir el argumento de En sus manos es enmarañado. Pienso que hay demasiadas ideas que irrumpen abruptamente en la trama y te descolocan. No acabas de asimilar que Paige, que es hija ilegítima y nunca ha vivido con su padre, no se siente integrada con sus hermanastros ni con su madrastra cuando estás preguntándote quién es este Austin o qué hace Paige metiendo la mano en un buzón que no es el suyo. Y si esto no era bastante, ya lo dice el refrán, si éramos pocos, parió la abuela. La autora nos introduce en el mundo de las papelerías y las peculiaridades que tienen los diferentes tipos de papel. Y dentro de ese enmarañamiento del que hablaba antes, imagino que la adoración de Paige por este tipo de tiendas, le sirve a la señora Hart como hilo conductor para abordar el tema de los anónimos.

Los anónimos bien merecen un punto y aparte. Sin encontrarle mucho sentido, a ese yo leo algo que no es para mí, yo escribo y yo recibo, me meto en la piel de esa amiga que parece no tener Paige y me pregunto: Si parece que disfruta con Austin pero no quiere nada serio, su vecino Eric es un bombón y le pide el cuerpo más, ¿por qué se come la cabeza con tanta lista? Quizá es que ¿quiere más emociones y por eso mira al jefe? Total, que como amiga, le recomendaría acudir a un psicólogo que la ayude a poner en orden sus ideas. Y todo esto me duele decirlo porque tenía tantas esperanzas puestas en las notitas... Todavía me acuerdo cuando leí Declaración de amor, de Ana Fernández, lo emocionante que era cuando lady Rheda encontraba las cartas, a cuál más bonita que la anterior.

Ahora le toca el turno a los personajes secundarios, que menos mal que no son muchos y además sólo nombraré a tres. Empezaré con Kira, la pseudoamiga de Paige. ¡Vaya dos, qué concepto de la amistad que tienen! Son amigas desde siempre pero su amistad vale menos que una cáscara vacía. Continúo con Miriam, la dueña de la papelería que frecuenta Paige. Está claro, que lo suyo son las ventas. Es toda dulzura pero no tiene mano izquierda. Y por último, tenemos a la madre de Paige y su viaje de cinco días (para liberarse un poco de la tensión diaria y la ruptura con su novio) que no deja de sorprenderme.

Y tras llegar al final del harlequin con ganas de pegar dos gritos bien dados porque no es para menos, mi puntuación es 1/5