Richard Paul Evans - El Espejo

Valoración:

Crítica realizada por Jezabel75

“En el frío del invierno de nuestras almas, enterramos nuestros corazones y nos arriesgamos a pasar gran parte de la vida atrapados en nuestra pérdida y en lo que no tenemos, hasta olvidarnos de lo que aún poseemos”.

Ésta es una historia de amor trágica y al mismo tiempo maravillosa. Una historia que se queda en la mente de quien la lee por mucho tiempo, porque está escrita con una sencillez y precisión increíble, porque su argumento es excelente y sus personajes muy bien definidos.  Es la historia de Hunter y Quaye: Dos seres que, en medio de la desolación, la tragedia y la crueldad, se encontraron y se unieron para siempre.

Quaye es una sobreviviente. No sólo de la hambruna terrible que azotó a Irlanda a mediados del siglo XIX, sino de un marido abusador y violento, que durante 10 años ha hecho de su vida un infierno, un infierno que ella estaba cada vez más convencida tenía qué soportar. A los 15 años su padre la entrega a un americano para que se la lleve lejos de su amada Irlanda, pues sabía perfectamente que de quedarse, sus días estarían contados. Y ése fue el inicio del calvario de Quaye a manos de Jak Morse, quien se convirtió en su marido no por amor, sino gracias a la manipulación, el abuso, la violencia y la humillación.

Hunter es también un sobreviviente:  En medio del Oeste americano lleno de buscadores de oro de 1857, sobrevive a su propio drama. Anteriormente había sido reverendo,  estaba felizmente casado y a la espera de su primer hijo. Pero el alumbramiento  no sólo se adelantó sino que se complicó bastante. Mientras más pedía a Dios que no se llevara a su esposa, ésta fue poco a poco apagàndose, hasta que finalmente murió en sus brazos, después de dejarle como regalo una hermosa nenita, Hannah. Hunter no volvió a ser el mismo: renegó de Dios y de su fe. A pesar de que adoraba a su hija,  se sintió incapaz de criarla, no tenía las condiciones económicas ni emocionales, así que la encargó en un convento, mientras él decidió probar fortuna buscando oro entre las minas del estado de Utah. Conforme fue pasando el tiempo, Hunter se fue resignando a estar solo, pues su furia contra Dios no cesaba. Sin embargo un día, Dios mismo le envió un regalo: Una hermosa mujer irlandesa llamada Quaye.

De forma inesperada Quaye aparece en la vida de Hunter, cuando éste la salva de morir atacada por los lobos afuera de su cabaña, en pleno invierno. Después de una brutal golpiza por parte de Jak, Quaye huye hacia las montañas, y allí es rescatada por Hunter, quien se encarga de cuidarla, mantenerla a salvo y sanar sus heridas físicas, para después sanar las del alma, pues Hunter, quien al principio pensaba que haber encontrado a la joven inconsciente y casi congelada a la puerta de su cabaña era una dura prueba a la que Dios lo estaba sometiendo para atormentarlo, era en realidad un regalo para que él mismo pudiera también curar su corazón roto y su alma atribulada.

Hunter y Quaye se van encariñando uno con el otro poco a poco. Él se promete a sí mismo rescatarla de las garras de ese animal que tiene por esposo, empieza a vislumbrar un futuro con ella, lejos de todo, junto a la pequeña Hannah, quien crecía bajo los cuidados de las hermanas del covento, gracias al dinero que Hunter enviaba constantemente. Ella, por su parte, se da cuenta no sólo de que no todos los hombres son como Jak, sino que también existen hombres tiernos, sinceros e íntegros, como Hunter, de quien se enamora irremediablemente. Un día él le hace varios regalos a Quaye, entre ellos uno que cobró un valor simbólico para ella: Un espejo de mano, de plata, magníficamente labrado, en el  cual, ella puede verse tal cual es: Un ser valioso que merece vivir, que  merece amar y ser amada, tal como Hunter se lo dijo anteriormente. Ese espejo habría de convertirse en el símbolo del amor que la uniría a Hunter para siempre.

Muchos acontecimientos se van generando alrededor de esta pareja, hasta llegar al desenlace, que por supuesto no puedo contar. Pero sí puedo decir que en mí esta novela  despertó muchas cosas, me sacudió el corazón y hasta en este momento en que estoy escribiendo mi humilde opinión, no puedo evitar el nudo en la garganta. Por supuesto, lloré de principio a fin, y todavía días después de terminarla. Richard Paul Evans muestra en esta hermosa historia que la vida no es para nada perfecta, que está llena de pruebas, muy duras en ocasiones y crueles en otras, que los seres humanos debemos superar para así saber de qué estamos hechos. Pero, como él mismo escribió en los últimos párrafos de esta conmovedora historia, la vida también está llena de verdades: La salvación del hombre sólo se encuentra a través del amor. Y donde hay amor, allí está Dios. Y ésta no sólo es la verdad de Hunter y Quaye, es la verdad de todos.

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