Cuando Diana Thatcher, viuda y con dos hijas, escribió el anuncio ofreciendo pensión barata para un hombre con habilidad para los trabajos caseros, esperaba ver aparecer a un viejo profesor, con gafas y gabardina... no a aquel joven atractivo y bronceado que, además de quejarse del calor, no tenía ninguna maña para los arreglos.
Sí, el verano era caluroso en Springfield, pero aquel julio fue ardiente. Zach Wainwright ocupaba la habitación de encima de Diana, y ansiaba trasladarse a la de abajo... permanentemente.
Aunque no sabía distinguir una tuerca de un clavo, no había duda de que sus dedos eran mágicos cuando se trataba del amor.
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