Situación: Interior. Tarde. La luz entra por las ventanas del dormitorio. La cama está vacía, las sábanas alisadas con esmero. Una mujer con amplios faldones entra con premura, entre sonrojada y temerosa (yo, lectora, puedo dar fe de las causas de su rubor).
Tras ella un hombre, cuyo rostro exhibe con indolencia una profunda cicatriz (yo, lectora, me pirro por las cicatrices. Si son en la cara, mejor), cruza también el umbral y cierra la puerta a sus espaldas (yo, lectora, me muerdo las uñas. Sé de sobra lo que va a pasar). Suaves palabras para aclarar lo que no necesita aclaración. Beso de tornillo. Y algo más. Las ropas caen al suelo, las sábanas ya no están tan lisas. En el momento clave, el hombre aproxima sus labios al tórax de la mujer (yo, lectora, suspiro como una idiota. Estamos en el epílogo, ¿qué podría salir mal?...). Los pechos de ella están desnudos, expectantes, erectos y húmedos de leche…
Perdona, pero, ¿qué? Yo, lectora, he tenido la santa paciencia de soportar a este par de tórtolos mareando a su congénere perdiz durante casi trescientas páginas. He sufrido con ellos, he sonreído a su costa, he soñado con amar como ellos. Me he identificado con sus emociones, sus pensamientos, incluso con su excitación. Pero yo, lectora, me niego a creer que los efectos de la lactancia de Sara R. Fielding, señora de Craven, puedan considerarse un recurso erótico. No, no y no. Bajo ningún concepto.
Tal vez algunas de vosotras os hayáis visto en mi mismo pellejo. Es más, me consta que muchas lo habéis hecho, puesto que la escena anterior pertenece a la novela Sueño contigo, una de las obras más leídas y laureadas de Lisa Kleypas. Y una de mis historias favoritas, todo hay que decirlo, a excepción del, para mi gusto, desagradable episodio final.
A estas alturas, la mayoría os preguntaréis adónde quiero llegar con tanto rodeo. Pues bien, ni más ni menos que al “fascinante” (y no pongo más comillas porque sería técnicamente incorrecto) universo de los embarazos, partos, proles cuantiosas y fertilidad femenina dentro de la novela romántica. Dentro de TODA la novela romántica. Porque este tema, no me lo negaréis, bien se merece no un artículo, ni dos, sino toda una tesis doctoral y un par de investigaciones con metodología experimental.
Cuando comencé a engancharme a esto del romance sobre el papel, me inicié de la mano de novelas históricas. Tal vez por eso no le di mucha importancia al principio al asunto de los hijos como culminación paroxística e impepinable de toda historia de amor. Al fin y al cabo, no me parecía que la promoción vía literaria de la tripa de cerdo como preservativo y unas cuantas hierbas silvestres como píldora del día después fuera lo más adecuado, ni tampoco podía dar por hecho que las protagonistas tuviesen la “indecencia” de defender sus derechos y su libertad de ser madres después de la boda de rigor.
Después de todo, hubiese resultado una osadía por mi parte pretender que las heroínas del siglo XIX (ya no voy a hablar de las medievales, que sería meterme en arenas movedizas), además de arreglarse como maniquíes, estrujarse los pulmones con corsés, pellizcarse las mejillas, visitar tarde sí y tarde también a todos sus compromisos, tomar un té detrás de otro, ordenar los menús en la cocina, entonar melodiosos estribillos, bordar sin pincharse ni una sola vez, rizarse el pelo cada mañana (y, en casos extremos, también cada noche), mantener la casa impoluta, el papel de la pared combinado, las cortinas en su sitio, las facturas de la modista al día y el lecho conyugal bien calentito, encontrasen tiempo para protestar por tener que demostrar su amor, lealtad y adoración al macho a través de partos sucesivos, ¿no es así?
Mi sorpresa, en todo caso, no vino de la mano de las novelas históricas, sino que todo mi asombro llegó de golpe cuando comencé a tantear el terreno contemporáneo y paranormal y me tropecé con tres cuartos de lo mismo. El desconcierto me obligaba a considerarlo fruto de la casualidad. ¿Que una abnegada protagonista se quedaba “contra todo pronóstico” embarazada? No pasaba nada. Seguro que era la única boba que había tenido la surrealista idea de acostarse con un desconocido sin usar ninguna protección. ¿Que otra se negaba en rotundo a informar de tal eventualidad al ignorante héroe? Bueno, probablemente la susodicha era la excepción que permitía falsear la regla.
Más de cien libros después, y tras haber leído un número irrisorio de veces expresiones del calibre ella-se-acarició-el-vientre-donde-comenzaba-a-notarse-cómo-crecía-su-hijo, me di cuenta, para mi absoluto horror, que las casualidades, en novela romántica, no existen, y, cuando lo hacen, son taaaaaaaan escasas que realmente merecerían ser sometidas a estudio científico.
Así fue como me vi enfrentada a la dura realidad: no hay dos sin tres, dice el dicho, y no hay historia de amor sin gestación intrauterina. En la novela romántica no hay, de plano, mujeres estériles, o éstas no tienen, al menos, derecho alguno a enamorarse. ¿Que la autora ha decidido poner el punto y final sin hacer alusión a una futura criatura? No hay de qué preocuparse. Siempre habrá un epílogo a la vuelta de la página donde nos vendan la estampa de familia numerosa y feliz. ¿Que dentro de una saga hay algún libro cojo de finales al más puro estilo cuento de hadas? Que no cunda el pánico. Si en una novela no habéis tenido la oportunidad de compartir un alumbramiento o un bautismo, no desesperéis. Hay severas probabilidades de toparnos a los mismos protagonistas dos o tres libros más tarde, rodeados de toda una camada de cachorros a los que malcrían y consienten sin que tenga esta actitud, a simple vista, ni un solo efecto pernicioso sobre la conducta de los pequeños en cuestión. Porque otra cosa a tener en cuenta es la perfección desquiciante de los chiquillos. Da igual que uno de los progenitores sea un bicho deforme y monstruoso (hay pocos héroes así, pero alguno cae de vez en cuando…); el bebé heredará siempre los genes del otro, el que es el equivalente terrenal a un dios del Olimpo. Mofletes sonrosados, bucles como la seda, ojos despiertos… Qué os voy a contar que no sepáis, ¿no? A todas nos viene a la mente la imagen del angelito que aferra con dulzura las manazas de su enorme padre con uno de sus minúsculos deditos… No hay libertino, mujeriego ni hombre atormentado que se resista.
El cambio en los héroes es, como digo, brutal. Similar al de sus amantísimas esposas, que aunque mantienen una figura estupenda y un rostro joven y fresco (se ve que estos niños duermen ocho horas seguidas desde el día de su nacimiento), dan un giro de ciento ochenta grados a su personalidad y sus actitudes. Hasta la más indómita, guerrera y, ¿por qué no decirlo?, marimacho de las heroínas, acaba convertida, por obra y gracia de las hormonas y la bucólica vida en el hogar, en una verdulera llorona y re sabidilla.
Llamadme radical si os place, pero estoy hasta las narices de ver cómo esas protagonistas que tanto me simpatizan por sus agallas, su chispa y sus principios, se transforman ante mis incrédulos y dolientes ojos. No voy a dar nombres, pero me apuesto las teclas que estoy pulsando a que más de una tiene una ristra de estos.
No me malinterpretéis: me encanta la novela romántica. La he consumido durante años, he pasado de género en género como una polilla en torno a la luz. Sin embargo, aún puedo contar con los dedos de una mano los libros que no me han defraudado en este aspecto; aquellos en los que la autora no se saca de la manga un embarazo cuando no sabe cómo resolver la trama (¿cuántas veces habré terminado una historia con la sensación de que el chico sólo se quedaba con la chica porque había un embrión de por medio?), o aquellos en los que no hace falta la presencia de un bebé para dar por sentado que los protas se quieren muchísimo y que su vida en pareja es tan perfecta y llena como desearían. Me quedo, en este sentido, con la acertada frase que mi hermana, mamá reciente, acuñó el mismo día que surgió este tema en una conversación sobre novela romántica: “¿Completos con un bebé? ¡Pero si ahora es cuando van a estar en pedazos!”.
*Artículo realizado por Érika Gael
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Comentarios (19)
Pamela
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veris
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Miranda Kellaway
Todavía me estoy riendo con tu artículo. Tienes más razón que un santo. Este es un tópico más dentro de la novela romántica, y se ve en un porcentaje bastante alto de ellas.
Por otra parte, como ya se ha hablado aquí, en las novelas históricas es prácticamente inevitable un embarazo, sobre todo si él visita a menudo el lecho conyugal. ¿Por qué? porque los matrimonios en los siglos anteriores no hacían "planificación familiar" ni conocían prácticamente otro método anticonceptivo que no fuera la "marcha atrás".
En cuanto a la esterilidad de las damas, tenemos un problema con eso. Por una parte una como autora se siente tentada a hacer cosas así, pero luego vemos en las críticas que algunas lectoras se quejarán como diciendo "¿Por qué tiene que ser estéril?" y entonces ya no sabes qué hacer. Porque dentro de los finales felices y redondos, el saber que nuestra heroína nunca podrá dar hijos a su amado a algunas (yo diría a muchas) les molesta.
Sobre los pechos llenos de leche mejor no hablo. Para empezar, un pecho de esas características está dolorido (os lo digo yo que soy mamá, y las que también lo sean podrán corroborar lo que afirmo), y lo último que apetece es que tu marido venga a tocártelo y a hacerte carantoñas ahí. Ese final de Sueño contigo tampoco me gustó, y precisamente por eso.
Los embarazos en las históricas no me molestan en absoluto, es más, me parecen lógicos. Si compartes continuamente lecho con tu pareja y no te quedas embarazada en un año, teniendo en cuenta que no utilizas ningún método anticonceptivo, pues es señal de que tienes un problema fijo, o tú o él.
Un ejemplo clarísimo es la reina regente María Cristina, esposa de Fernando VII. Con él tuvo una hija solamente, porque su matrimonio fue de conveniencia y él apenas visitaba su cama. Sin embargo, cuando él murió, ella se casó por amor con un miembro de la guardia real, y con él tuvo creo que ocho o nueve hijos.
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Ari
Por otra parte quien puede resistirse a ver al duro prota masculino derretirse con un bebé en brazos???? En resumen me encantó tu artículo, Erika.
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Lola Rey
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Miryam
Primero comentar que el tema de lactancia y senos rebosantes que gusta a los hombres lo desconozco porque soy mujer aunque debo señalar que en una novela que leí hace tiempo que no tenía nada de romántico y sí de asesinatos, ella acababa de dar a luz y a él le encanta también mamar de sus pechos, es un libro que se desarrolla durante la guerra de Afganistan creo, así que ese tema necesitaríamos que nos lo explicara un varón.
En cuanto a los hijos, pues me da lo mismo si los tienen o no. En histórica sería un fracaso una unión sin descendientes por cuestiones obvias. Y el tema de la infertilidad, yo tengo un harlequín donde ella no puede tener hijos ni los tiene, no hay milagros, y adoptan dos niños. Tampoco me parece importante.
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rosita
No el tema de la lactancia materna, aunque siempre aparece como elemento erótico, para el hombre que mira a la mujer amamantando.
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kkekka
En cuanto al tema, depende de la época de la novela. Si un libro esta ambientado en épocas pasadas lo de los críos danzando por ahí en el epílogo me molesta menos. Incluso que los utilicen a lo largo de la obra para toques de humos me parece bien.
Si el libro esta ambientado en épocas mas actuales me choca mas, claro dependiendo del tipo de personajes.
En cualquier caso, siempre depende del modo en que este escrito y de como lo plantee la escritora. Ya que hace tiempo ya se sabía que para ellos el fin del matrimonio era la familia, ahora eso no siempre es así.
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Jacinda
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crishi
Bienvenidas a la novela romántica.
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yluna
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Dougless
¡Muy buen artículo!
¡Gracias por compartirlo con nosotros!
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Bona Caballero
Me alegra no ser la única rarita a la que los niños en la novela romántica le sobran bastante.
Y sí, el tema ese de heroína lactante da bastante grima. Agggg efecto ascazo. Lo mismo que los partos. Agggg-bis, sí todo es muy natural pero a mi nunca me pareció romántico precisamente.
Me encantan autoras que se salen de la norma y son un poco distintas. Jennifer Crusie p. e. Una de mis novelas 10 es 'Anything but you' y no sólo hay diferencia de edad (ella mayor que él), es que además explícitamente dicen que ni quieren niños ahora ni los tendrán en el futuro. El amor que se tienen les basta y sobra. A mi, personalmente, me gusta.
El poner siempre niños como punto final de la historia parece querer decir que el amor solo no es suficiente. Y eso sí que es Super-Aggg para mi.
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Katon
A mí el epílogo de Sueño contigo no me chocó tanto porque Sara acababa de amamantar a Lydia y creo es normal que con la excitación del momento (ya me entendéis) se escape alguna gota.
A parte de eso, pues, estoy con Elsa, a mí en los históricos si el epílgo tiene o no tiene niño no me importa. Si hablamos de una serie sí me gusta ver si son padres, si lo van a ser pronto o qué. Que no es necesario, pues no, pero será que lo tengo demasiado metido en el cerebro porque a mí no me disgusta si el libro acaba con embarazo o con niño.
En actual ya me da igual, y es cierto como dices que se abusa de ello y en algunas novelas está un poco forzado. Pero es ficción y yo quiero finales felices, y si hay niño o no que sea decisión de la autora, aunque visto lo visto lo mismo también es algo impuesto.....
Graciás a RNR y a Érika por este debate tan interesante
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Aspasia24
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Rocio
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sara
Siempre acabo los libros con la ideade que el bello y escultural cuerpo de ella despues de cuatro ó cinco partos nunca será el mismo. Sus caderas se habran redondeado y no hará falta polisón ó las multiples enaguas para que haya curvas. Y qué decir de sus pechos, siempre goteando y con una talla 110. No tendran ojeras por no dormir porque de ello se encargan las niñeras. No me paro a pensar en el bajón del deseo despues de los partos porque entonces la imagen que me quedaría del libro sería para tirarlo a la basura.
Menos mal que el metodo de concebir , en los historicos, aún podemos seguir imaginando que es a la manera tradicional, porque en algunos actuales el marido ya envia a la pareja a la clinica para que la dejen embarazada.
Y que me decis de la nueva tecnologia en que se puede elegir el color de los ojos, los rizos rubios como los querubines, y la nariz chatilla.
Aqui si que es imposible hacer una buena historia de amor.
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Mayte
:)
Tu hermana lleva razón, los niños pequeños, menos tranquilidad y armonía, traen de todo a casa. El mío mayor no atinó a dormir una noche seguida en tres años, como para levantarte divina al día siguiente...
Besos
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Mónica
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