Divorcio. Palabra casi prohibida en las novelas románticas, salvo que se ajuste a personajes secundarios. ¿Por qué? Pues porque nuestros protagonistas no se divorcian y se acabó. O lo hacen para luego volver a unirse. Eso de aquí se acabó todo y tú sigues tu camino y yo el mío, nada de nada. No lo admitimos. Tienen que acabar casados y bien casados, como está mandado.
Ahora bien, puede resultar interesante aclarar la aparición de un divorcio en una novela romántica y echar la vista atrás para conocer esta práctica en los antiguos pueblos.
El divorcio viene de lejos, casi desde que se instauró el matrimonio. Solo algunas culturas no lo admiten por causas religiosas.
La Historia nos demuestra que en tiempos pasados (retrocedamos hasta los babilonios), romper con una unión estaba admitido bajo ciertas normas. En Babilonia cualquiera de los cónyuges podía solicitarlo aunque, para volver a darnos de cabezazos contra la pared, si el divorcio se pedía debido a la infidelidad de la mujer, ésta era rea de muerte. Me suena esto a pesar de haber pasado siglos. Los tiempos cambian, pero la mente de los humanos no tanto.
Los aztecas no eran tan cerrados: entre ellos igual uno que otro podía demandarlo, siendo libres después para contraer nuevo matrimonio.
Los celtas podían tener más de una esposa, pero también se consentía la separación.
Los hebreos podían tener varias mujeres y repudiarlas sin más argumento que el de me he cansado de ellas.
Entre los griegos, si se divorciaban o el hombre repudiaba a la mujer, tenía que devolverse la dote. Este pueblo pensaba, por algo han tenido filósofos que, aún hoy, podrían dar clases a más de uno.
Pero qué duda cabe que los romanos se llevaban la palma. Allí te casabas si había algo que dejar a los herederos; en caso contrario (como pasaba con los esclavos), vivir juntos sin ceremonias de por medio era más que suficiente. ¿Para qué papeleo innecesario?
Como vemos, con sus más o sus menos, pudiendo pedir el divorcio el caballero o la dama, siempre se ha admitido romper ese vínculo.
Hasta que llegó el cristianismo.
Palabras mayores.
Porque al tomarse el matrimonio como un sacramento divino, no había marcha atrás. Ahora bien, siempre hubo quien se lo saltó a la torera o consiguió anular su unión argumentando no haber tenido relaciones sexuales, por mucho que fuera incierto. El poder y el dinero, ya se sabe, hacen milagros.
Dejando a un lado distintas costumbres, quiero hacer una pequeña referencia a los divorcios en la época en que están inmersas muchas de nuestras novelas románticas, para que esas lectoras que abren los ojos como platos, pensando en que hay un error, lo vean más claro.
De todas es sabido que muchos matrimonios se basaban en los intereses pero, así y todo, era la meta para cualquier joven. Permanecer soltero era un desastre, por mucho que la mayoría de nuestros protagonistas masculinos se defiendan (al principio) como gato panza arriba para no ir al altar, y las heroínas pasaran a ser unas pobres solteronas, mal vistas por la sociedad en cuanto se les empezaba a pasar el arroz. Para unos y otros permanecer soltero era un fracaso, se mirara por donde se mirase. Además, las mujeres eran educadas para convertirse en esposas y madres porque, sumado a todo ello, el sexo femenino carecía, la mayoría de las veces, de medios propios y económicos para ser independiente.
Tuvieran o no los medios, pesaba más quedarse soltera que perder las propiedades a favor del esposo, quien se hacía con el dominio de todo.
Afortunadamente, no todas pensaron así, comenzaron a movilizarse y ya en 1790, en Francia, donde el papel de la esposa era la sumisión, se auparon contra el abuso exigiendo que se impusiera el divorcio como medio para paliar la degradación de la mujer.
En la Inglaterra de 1857 se consiguió un cambio que facilitó la ruptura del vínculo matrimonial haciéndolo menos oneroso, llevándose a cabo unos 600 divorcios anuales al finalizar el siglo.
No por ello supuso la panacea de todos los males: la mujer seguía infravalorada y muchos consideraban el nuevo estado como un escándalo mayúsculo.
Pero fuera bueno, malo o peor, se divorciaban.
*Artículo realizado por Nieves Hidalgo
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Comentarios (24)
romantica -86
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Esther Alcaide
Hay que reconocer que de todos los ejemplos citados, el más práctico es el romano jiji ¿para qué tanto papeleo si no vas a dejar nada en herencia?.
Aunque hoy en día hay una, yo diría minoría, que ve el divorcio con malos ojos, me siento feliz de vivir en una sociedad donde un hombre o una mujer puede elegir divorciarse y no tener que aguantar en un matrimonio que le hace infeliz.
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María Arca
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marijose92
Muy interesante
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Orianna Hurtado
Concuerdo en que seria interesante ver más temas relacionados con divorcios en la literatura romántica.
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Patriki
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Isabel 11
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Alejandra
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DINA
Gracias por un artículo tan completo e interesante.
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verito
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MARIAN
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ANA MARIA GARCIA
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Bona Caballero
Me gustaría añadir que el aparente rigor de la iglesia católica a disolver matrimonios se solucionaba, como se apunta en el artículo, con el tema de la "nulidad".
Pero no era principalmente por el tema de "no consumado" sino que lo conseguían arguyendo un parentesco demasiado cercano (impedimento en unos grados mucho más amplios que el derecho canónico actual).
Hay muchos ejemplos conocidos.
Leonor de Aquitania, por ejemplo, anuló su matrimonio así cuando con el rey francés sólo tuvo hijas.
Urraca I de León y Alfonso el Batallador también lo anularon por lo mismo (bueno, aunque ese matrimonio se las trajo, pero mucho).
Otro ejemplo, el matrimonio de los RR. CC. pendió de un hilo durante años porque no habían pedido dispensa.
Lo cierto es que esto era uno de esos trucos hipócritas de los que todos se beneficiaban. No pedir la dispensa hasta ver si el matrimonio funcionaba o no, no dejaba de ser un truco.
Ganaban todos.
El Papa (que en aquella época era otro príncipe temporal más) podía influir en la política de otro Estado por esta vía.
Y los reyes sabían que tenían así una vía de escape para los matrimonios que no daban el fruto deseado (hijos varones, alianza política que dejaba de interesar, etc.)
Los problemas venían cuando uno quería anular y el otro le ponía obstáculos (Enrique VIII y Catalina de Aragón, p.e.) por problemas principalmente políticos.
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Carmen Zapico Zapico
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cristina c.
Me pilla muy de cerca porque tanto mi madre como yo nos divorciamos. Mi madre a principio de los 90 y solo les falto a la gente apedrearla... menudas burlas tuvimos que aguantar. Y cuando yo me divorcie ya era distinto, pero menudos chismorreos tuvo que aguantar la que era mi suegra cuando yo me junte con mi actual marido.... incluso dijeron que yo iba por su piso (cuando el piso era mio)
Asi que me puedo imaginar a aquellas mujeres marcadas de por vida... que injusticias han habido
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Roxana
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Silvia77
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Elizabeth Urian
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Betty Aguilar
Muy interesante el artículo, gracias a Nieves por compartirlo.
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Miryam
No sólo había que tener en cuenta las circunstancias económicas cuando te casabas sino que seguramente si te maltrataban e intentabas pedir ayuda a tus padres y familiares seguro que no querían saber nada, por eso me imagino que muchas mujeres aguantarían carros y carretas porque no tenían dónde ir.
Y en los libros, pues alguno hay que se ha separado y divorciado pero en histórica pocos.
Creo que en Lady Johanna ella pedía la nulidad aunque todo el mundo decía que estaba muerto, y en este caso su familia la apoyaba. La excepción.
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Sandrayruth
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Malory
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Katon
Sabía que le número de divorcios al año fue alto tras la aprobación de esa ley, pero no me imaginaba tantos.
Aunque las novelas no los pongan como unos defensores de su soltería, al final todos tenían que claudicar, jaja.
Y nooooo, nuestros héroes no se divorcian, ellos, felices para siempre;)
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Elena
Hay muy pocas novelas historias en que algún protagonista se divorcie...
Muchas gracias Nieves.
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