Aquel anónimo no iba dirigido a mí. No te equivoques conmigo, no tengo la costumbre de leer el correo ajeno, pero era un simple pedazo de papel con unas cuantas líneas escritas a mano. Era evidente que iba dirigido a otro vecino. Parecía una nota inocente, pero, decididamente –y deliciosamente‐, no lo era.
Antes de meter aquella nota, y las que la siguieron, en su buzón, devoraba su contenido: sugerencias, instrucciones, emplazamientos, órdenes. Cada uno de ellos más atrevido que el anterior, más complicado y... más excitante. Y yo los seguía todos al pie de la letra.
Antes de recibir aquellas notas, si un hombre me hubiera dicho lo que tenía que hacer, le habría enviado a paseo.
Pero la sumisión es un arte y hay algo extrañamente liberador al cumplir las órdenes de otro... Sobre todo cuando eso te hace sentirte tan bien. Pero he ido descubriendo que cuanto más me someto, más poderosa me siento, así que ya va siendo hora de invertir los papeles.
Ahora pongo yo las reglas del juego.
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LILIAN
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Kuka
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