Al aceptar fotografiar a Brian Robertson, que acababa de rechazar la vicepresidencia de uno de los mayores bancos del país, Kelly Stewart no se daba cuenta de en qué se estaba metiendo.
En primer lugar, tenía que enfrentarse a una dura marcha de cuatro días por los parajes de Sierra Nevada. Y Kelly nunca había ido nunca de acampada. Y en segundo lugar estaba aquel hombre: sus ojos sonrientes, el grave y sensual tono de su voz, sus caricias ardientes y evocadoras... en fin, una tentación a la que ninguna mujer habría podido resistirse.
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