Quede claro que Harry -Harry Trevelyan, prestigioso filósofo e historiador de la ciencia- se sentía enormemente atraído por Molly Abberwick, de algún modo su jefa, pues ella le había contratado como asesor de la fundación creada por el padre de Molly para financiar los trabajos de jóvenes inventores.
También estaba claro que Molly se sentía atraída por Harry. Ambos tenían, además, cosas en común: sus carreras profesionales se habían desarrollado al margen de las tradiciones familiares, pues Harry procedía de una familia dedicada al circo y Molly era descendiente de una saga de inventores, a veces poco afortunados.
Tampoco sus experiencias amorosas habían sido buenas. Hasta ahí todo estaba bien. Harry quería una relación abierta y sin compromisos, y Molly no sabía exactamente lo que quería. Envueltos en sus miedos, tenian que inventar -ellos, que se dedicaban a los inventos- el amor. Y sin quererlo les iba a ayudar un anónimo bromista que paulatinamente se estaba volviendo peligroso para Molly.
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