Michelle Kerrigan despierta cada mañana después de la pesadilla habitual: está en un supermercado, saca su arma reglamentaria para enfrentarse un ladrón, el maleante dispara y hiere a Clive, su marido, que queda postrado en una silla de ruedas. La pesadilla se extiende a la vigilia, la pesadilla no ha hecho más que revivir algo que le sucedió a Michelle, que modificó su familia, que la obligó a dejar en suspenso su trabajo como policía.
Cuando la convocan para formar parte de la Unidad de Crímenes sin Resolver que acaba de crearse en el departamento de policía de Ryde, la ciudad de la inglesa isla de Wight donde vive, Michelle sabe que debe aceptar para intentar que la pesadilla la deje en paz de una vez.
El caso que la unidad debe resolver es el de Jodie McKinnon, una muchacha de veintidós años que murió asesinada cinco años atrás. En el camino, la isla se revelará cada vez más aislada, más aislante, como una mano que asfixia: un fiscal, un arquitecto adinerado, una profesora universitaria, un peluquera irascible, un muchacho violento, una prostituta, un video porno casero, una adolescente que se exhibe para su vecino, una niña que se manda mensajes de texto con su mejor amigo. Como un mosaico que se construye solo y que encierra al lector con la solvencia de una tela de araña, la trama avanza a través de esos y otros personajes.
Oscura, opresiva, sofocante es esta nueva aparición de Andrea Milano en el policial. Escrita con un suspenso que aumenta página a página, la primera novela de la inspectora Kerrigan conforma un mundo lleno de miseria y candor.
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